Ayer, cursando el tercer día de aislamiento social preventivo obligatorio decretado por el gobierno, ¿o quizá el cuarto día?, nunca fui bueno para llevar control del tiempo y seguramente el aislamiento acentuó esa característica mía, leí un tweet de Omar Genovese informando sobre su nuevo post en su mas reciente proyecto: diario de la peste maldita. Y ahí decidí: “Yo también haré mi propio diario de estos días en cuarentena porque de admirar una idea al robo mas descarado hay muy pocos pasos.”
Circunscrito por habitaciones y cocina se encuentra el comedor, justo en el centro de la casa, donde me instalé con a mi computadora para evitar mi habitación que desde hace tiempo es un cumulo de apuntes y libros desordenados y cuyo caos me repele sin persuadirme todavía a remediar el desorden imperante.
El presidente, probablemente tan aburrido como todos nosotros por el aislamiento, decidió dar entrevistas a los periodistas de america como quien visita una puta un domingo aburrido. Recibió los halagos y brindo su bendición a la prensa nacional.
La televisión argentina hace tres días que intenta hacer del vacío y la nada una noticia y yo permanezco encerrado consumiendo internet como un drogadicto su heroína. Nada cambio hasta aquí durante la cuarentena.
Escribir durante el encierro es redundante, un encierro dentro de otro encierro, pero es mi forma de vida habitual.
Como bien señalaba Genovese en su tweet escribir siempre fue una forma de sobrevivir.
La vida nunca valió gran cosa.
El problema del suicida no es su concepción trágica sobre la vida, sino la ansiedad. La muerte no requiere nuestra ayuda para hacer su trabajo. Y a mi tampoco me gusta trabajar inútilmente, por ejemplo, hacer algo que sucederá de todas formas.
PD: Dudo poder realizar una publicación diariamente pero haré el intento.